
De una visita realizada a Recopolis el 7 de mayo pasado.
A pesar del madrugón que nos tenemos que dar en sábado el día promete… La idea es conocer Recópolis y después lo que se tercie. A tal fin, hemos reservado (imprescindible) entradas para la visita a primera hora del yacimiento. Salimos de Madrid prontito, prontito, contentos, felices e ilusionados; como en los viejos tiempos, unos jovenzuelos con ganas de pasar un buen día de campo. Todo perfecto hasta el desvío a Villarejo de Salvanés. Allí nos espera la guardia civil ¿Qué hemos hecho? Nada. Falsa alarma, solo se trata de una carrera (de las tantas de todo tipo que se programan en fin de semana) que corta la carretera para el tráfico y nos desvía por otro camino. Apareja una considerable vuelta, pero menos mal que somos previsores y vamos con tiempo.

Foto: Castillo de Zorita de los Canes.
Fuente: Consejería de Cultura de Castilla – La Mancha
Por carreteras secundarias, atravesando bucólicos campos primaverales dignos de protagonizar una escena de Sonrisas y lágrimas, llegamos al desvío hacia Recópolis donde el paisaje se vuelve aún más bonito, con Zorita de los Canes al fondo y su evocador castillo elevado sobre un hermoso Tajo.
Sin incidencias aparcamos en la entrada del parque arqueológico un poco antes de que abran. Damos una vuelta rápida por la exposición del Centro de Interpretación (el museo de toda la vida), donde exponen monedas, cerámica, vidrio y objetos de orfebrería procedentes de la excavación junto con muchos paneles explicativos de la evolución histórica de la zona, y aprovechamos para tomar un café recién salido de una máquina (bar no hay). Después, pasamos a ver una proyección de unos diez minutos sobre el conjunto e iniciamos la visita propiamente dicha, que incluye el yacimiento y el castillo de Zorita de los Canes cerrado temporalmente, pero que nos observa desde su atalaya ofreciendo unas vistas impresionantes.
Constituimos un grupo de unas 15 personas (incluidos niños y gente mayor) encabezado por una guía con buena base y mucho interés que nos explica a lo largo de todo el paseo, la historia del yacimiento arqueológico y nos ameniza la visita con su entusiasmo.
Recópolis es la ciudad de nueva creación sin raíces anteriores, edificada por el rey visigodo Leovigildo en el año 578 para su hijo Recaredo, de ahí el nombre. Sí, ya lo sé, todos lo pensamos ¿no debería llamarse Recapolis? Misterios de la historia. Las excavaciones representan una pequeña parte de lo que al parecer debió de abarcar. Como ya somos muy modernos en España, utilizando drones y “radiografías” aéreas -según nos cuenta la guía- se ha averiguado que debajo de las huertas y los patatales que cercan el parque hay murallas, construcciones, templos y no sé cuantas cosas más.

Foto: A vista de dron.
Fuente: Consejería de Cultura de Castilla – La Mancha
¿Qué vemos? Pues la copia de una ciudad romana en versión nuevos ricos visigodos: un cardo y un decumano, una zona de foro con tiendas, el emplazamiento donde se situaba la puerta monumental de entrada, los restos de alguna casa y un par de arcos de una iglesia románica (la ermita del Olivo) edificada sobre un antiguo templo visigodo con restos de pavimento. La parte más interesante del yacimiento la constituye el gran palacio de Recaredo del que se conservan los cimientos y algunos restos de muro y que -por lo que queda y lo que se intuye-debió de ser espectacular. Después de la conquista árabe, la ciudad que, al parecer, en sus mejores momentos llegó a tener más de 3.000 habitantes (que no me parecen muchos) fue perdiendo poco a poco importancia y los nuevos conquistadores se trasladaron a Zorita donde erigieron la alcazaba en el siglo IX.
Disfrutamos de un tiempo estupendo y una temperatura agradable a pesar de estar a pleno sol y no haber ni una sola sombra. A partir de junio, aún provistos de litros de agua y gorras para aguantar la solanera, no es recomendable pasear por allí, en las conocidas horas centrales del día, solo aptas para camellos, tuaregs y algún nórdico despistado anhelante de calor, según nos confirma nuestra guía que tiene que sufrir la programación de visitas a las cinco de la tarde (hora que será muy taurina pero poco apropiada para andar al sol en estas latitudes en verano) siempre temiendo que alguien, o ella, misma sufra una insolación.

Foto: La Basílica y restos de la Ermita románica.
Fuente: Consejería de Cultura de Castilla – La Mancha
Para finalizar el recorrido, explica a los niños del grupo en qué consisten los estratos arqueológicos, con unas piedrecillas que les mandó recoger al principio de la visita y que nosotros con envidia y disimuladamente también hemos ido cogiendo. Por último, nos enseña los restos de una calera que es un sitio donde, como su nombre casi indica, se hace cal. Como debemos de andar torpes, no nos enteramos de cómo funcionaba el invento, por lo que al final de la visita, de vuelta al complejo, preguntamos a nuestra paciente guía sobre su uso; ella, amablemente, no solo aclara nuestras dudas sobre el ingenio, sino que, al vernos con interés, se brinda generosa a enseñarnos los huesos encontrados en la necrópolis visigoda y que conservan en el almacén del mu… centro de interpretación (perdón).
De esta guisa, la seguimos escaleras abajo hasta a una sala llena de estanterías donde en cajas numeradas se depositan calaveras, mandíbulas (nos deja comprobar con nuestros propios deditos lo pulidos que se conservan unos molares), fémures y otros huesos que harían las delicias de alguno de los canes hambriento de la vecina Zorita. Allí nos enteramos de que en el castillo se encontró el esqueleto de un caballero de la Orden de Calatrava (nuestros templarios de andar por casa) junto con los restos de un niño pequeño, cosa harto curiosa porque los caballeros de la Orden como buenos monjes guerreros que eran, guardaban voto de castidad.

Foto: Tremis de Recaredo.
Fuente: Consejería de Cultura de Castilla – La Mancha
Mientras, como la entrada al almacén quedó abierta, se llena de curiosos ávidos de conocimientos por lo que la vista del gentío a la caza del hueso y sintiéndonos menos exclusivos que antes, nos despedimos efusivamente de la guía y continuamos nuestro periplo.
Nuestra siguiente parada es Zorita de los Canes, así llamada por los grandes perros alanos que la Orden de Calatrava a cargo del castillo desde el siglo XIII, distribuyó por torres y patios para mejor defensa del bastión militar. Nosotros perros no vemos, pero subiendo hasta la entrada por un estrecho vericueto llegamos a un mirador y nos hacemos una foto para inmortalizar el momento. El castillo de Zorita (cerrado temporalmente porque las lluvias torrenciales caídas en otoño lo inundaron haciéndolo inaccesible) aunque muy deteriorado conserva toda una serie de construcciones y restos arqueológicos que responden no sólo a diferentes usos, sino también a distintos momentos de construcción y ocupación desde el siglo IX.

Foto: La Puerta de Hierro.
Fuente: Consejería de Cultura de Castilla – La Mancha
En el exterior se aprecia una entrada de estilo califal y arco de herradura, conocida como “Puerta del Hierro”, flanqueada por torres y almenas. En el interior, destaca la iglesia Prioral de San Benito, románica de transición al gótico fundada por la Orden de Calatrava que conserva un capitel corintio procedente de la basílica visigoda de Recopolis, reutilizado como pila bautismal y una cripta excavada en la roca. A ello hay que añadir restos de dependencias, almacenes, aljibes y almazaras y la conocida como Sala del Moro o de la cárcel, una estancia circular cubierta por una bóveda de magnífica sillería. En sus mejores momentos debió de ser fabuloso…Todavía te puedes imaginar a los caballeros con sus armaduras y sus canes custodiando el castillo y a los nobles paseando por sus estancias. ¡Si hasta la famosa princesa de Éboli vivió allí!
Abandonando el pueblo con pena por no haber podido visitarlo, tomamos carretera arriba y a pocos kilómetros llegamos a Almonacid de Zorita con más ganas de cervecita fresca que de visita turística, pues a estas alturas de la mañana el sol pega con ganas y la cultura también necesita algún descanso.
El pueblo ha sido remodelado y restaurado recientemente. Los restos de murallas conservan la puerta de Santa María de la Cabeza, una de las dos que protegen la entrada al recinto medieval del siglo XIV. Junto con la iglesia parroquial de Santo Domingo de Silos (no confundir con la Abadía de Silos, en Burgos) del siglo XV con una preciosa portada gótico-isabelina, encontramos los conventos de la Concepción y de los Jesuitas, el Palacio de los Condes de San Rafael y algunas casas de fachadas blasonadas. En la bonita plaza porticada de la Villa, todavía conocida como plaza de José Antonio (sin comentarios), sentada en un banco descansa la figura de quien en principio identificamos con Cela en su viaje a la Alcarria y termina resultando ser León Felipe boticario del pueblo allá por 1919. Aprovechamos para retratarnos con él, sentaditas a su lado… Nos despedimos del poeta y decidimos hacer un alto en el camino, antes de continuar la ruta, muertos de sed y ansiosos de cerveza. Así que en la terraza del “único bar que vimos abierto”, nos solazamos con unas fresquísimas cervecitas acompañadas de un curioso champiñón encurtido de aperitivo. Todo muy rico, pero no nos podemos demorar porque va siendo tarde y nos queda camino.
Nos han recomendado encarecidamente visitar las ruinas del Monasterio Cisterciense de Monsalud en Córcoles, dentro del término municipal de Sacedón a unos 40 km de Recópolis. Hay que reservar previamente y nosotros tenemos cita a la, ya señalada como muy taurina, hora de las cinco de la tarde, por lo que hacia allá nos dirigimos.
Así, a través de las hermosas tierras de Guadalajara bordeando el pantano de Entrepeñas llegamos a Sacedón, donde para no perder la costumbre, empezamos tomando unas cervezas de aperitivo en la terraza de un concurrido bar y rematamos la faena, comiendo en un restaurante cercano. Pedimos más cerveza, unas croquetas, huevos rotos con jamón, brandada de bacalao y una tartita rica y cafés de postre. No está mal la comida, quizá no sea muy alcarreña pero estaba todo estupendo… La sobremesa no nos entretiene mucho y con prisa y sin pausa porque vamos con el tiempo justo, nos encaminamos a la última etapa del día: El Monasterio de Monsalud.

Foto: El Monasterio a vista de dron.
Fuente: lamanchafilmcomission
Con la hora un pelín pasada, llegamos al complejo monacal donde nos está esperando un grupo ya formado, en el que se incluyen unos cuantos críos y al frente del cual se presenta la que va a ser nuestra guía. Los niños se aburren enseguida y afortunadamente pueden salir a jugar fuera del Convento, mientras los mayores tranquilamente realizamos la visita.
Nos gusta el Monasterio de Monsalud, un importante conjunto cisterciense del siglo XII abandonado desde la época de la desamortización de Mendizábal, que a pesar de su estado ruinoso conserva parte de su antiguo esplendor. Conocemos el claustro remodelado en el siglo XVI, la sala capitular de factura gótica, los restos del antiguo refectorio y la iglesia románica de planta rectangular con una impresionante capilla mayor, arcos de medio punto y bóvedas de crucería.
Por último, visitamos la bodega a la búsqueda del tesoro perdido del que nos habla la guía que ha resultado competente y simpática y a la exploración se unen los niños. La bajada está resbaladiza y no apta para patosos y solo disponemos de la iluminación de los móviles, pero es el momento aventura y todos, mayores y pequeños disfrutamos de un rato entretenido.
Un gran día. Lo pasamos muy bien. La vuelta a casa la hacemos con tranquilidad y sin incidentes. Todo ha salido estupendo. Sentimos no haber podido visitar el castillo de Zorita pero esperemos que lo abran próximamente para poder conocer sus secretos ocultos. Siempre hay algo que se queda en el tintero y te hace regresar a los lugares que te han gustado.
Una excursión cercana altamente recomendable. Volveremos…
Las crónicas de Celina. Pequeñas excursiones al pasado para todos los públicos. El nivel y la mira.