
Foto: R. Arcos. Club de Fotografia del Banco de España. Detrás de la tronera.
«La guerra civil de 1936-1939 fue la tercera (algunos dirán la cuarta) habida en España en el transcurso de un siglo… » Del Prólogo del libro de R. Fraser Recuérdalo tú y recuérdalo a otros, Crítica, Barcelona, 1979.
En los primeros días de la contienda en julio de 1936 el paso de la Sierra del Guadarrama tomo una importancia especial, ya que era el camino natural de las columnas nacionales que marchaban desde Castilla La Vieja hacia Madrid. En torno a los días 21, 22 y 23 de julio de 1936 las tropas de ambos bandos comienzan a tomar posiciones en el Puerto de Guadarrama, el Alto del León. Una de estas, perteneciente a las tropas rebeldes, es la de La Sevillana, la más compleja y mejor fortificada dentro de los sectores de defensa en que se dividió la zona para uno y otro bando. Se sitúa en el mismo puerto, a la derecha según miramos hacia Segovia.
A pesar de lo cruento de los combates iniciales y la violencia desatada, la guerra transcurría en estos primeros días de un modo siniestramente festivo, con un espléndido paisaje de fondo:
Desde Salamanca, Juan Crespo, estudiante monárquico, llegó al paso en el momento culminante de la batalla. Estaba de guardia en su ciudad natal cuando tropezó con un primo suyo que era militar y que a gritos le dijo que subiera al camión: “¿Adonde vais? A tomarnos un café en Madrid. Estaremos allí para el día de Santiago”. La fiesta del patrón de España era el día 25 de julio. Subió al camión. Cuando llegaron a la parte inferior del paso, bajaban herido al coronel Serrador, el comandante de las fuerzas militares. Antes de que alcanzase la cima, una bala perdida mató al nuevo comandante. “¡Imagínese cómo nos sentiríamos los reclutas novatos! La artillería de Valladolid disparaba a quemarropa. No había trincheras, sólo rocas. Estaba aterrorizado. El ruido de los disparos de mi fusil me producía una aguda sensación de malestar físico. No podía ver al enemigo. Instintivamente, la cabeza se me hundía entre los hombros…Así que tomamos el paso y lo retuvimos —recuerda Crespo—. Pero al cabo de tres o cuatro días empecé a hartarme. La mayoría de los milicianos adjuntos al batallón de infantería sentíamos lo mismo. La excursión había terminado. Teníamos pulgas. Pasábamos frío. Echábamos de menos la caña de cerveza de las tardes. Llegó un camión de suministros de Salamanca. Montamos en él y nos fuimos a casa. Mi madre se alegró mucho al verme. -Con que ya habéis terminado todo este asunto, .eh?-, dijo…” (R. Fraser, obra citada)
En el bando republicano no se quedaban atrás:
A primera hora de cada mañana y a última de cada tarde los milicianos de Madrid, organizados por partidos, sindicatos y grupos locales, salían de la capital y regresaban a ella tras pasar el día en la Sierra de Guadarrama. Un chico de 14 años, del barrio obrero de Lavapiés, tenía grabada en la memoria aquella escena cotidiana. ”Por la mañana se oían gritos: “!Pablo! !Pedro! !Manolo!”, y los hombres salían de sus casas con el fusil en la mano. Debajo del otro brazo llevaban la comida que la esposa les había preparado. Salían para la sierra como quien sale de excursión el domingo, a cazar conejos. A menudo iban acompañados por mujeres, algunas de ellas politizadas, pero las más de las veces no… !Qué asombroso era —dice Álvaro Delgado— verles regresar al caer la tarde para pasar la noche en casa! Al día siguiente la escena se repetía…” (R. Fraser, obra citada)
No hace muchos años, por iniciativa del Ayuntamiento de Guadarrama, se realizó un inventario completo de los restos que aún quedaban de la contienda dispersos por el cordal de la sierra. La publicación se tituló “Guadarrama: tras las huellas de la guerra” (Manuel Redondo Arandilla y Juan Pablo Avisón Martínez con ilustraciones de Elio del Amo Feduchy sobre dibujos de campo de los propios autores). Recoge numerosos gráficos y dibujos de las diferentes posiciones localizadas. Además planteaban distintos recorridos a pie por los restos e incluso en su momento jornadas con ”taxi-guía” que acercaba en coche desde el pueblo cercano de Guadarrama hasta las posiciones donde podía llegarse en vehículo rodado.

Croquis de la posición La Sevillana. Imagen procedente del libro citado «Guadarrama: tras las huellas de la guerra».
De los numerosos restos que aún podemos observar en La Sevillana, solo unos pocos han resistido en un aceptable estado de conservación al paso del tiempo y del abandono, a pesar de iniciativas como la que señalo más arriba. Unos escuetos carteles dispersos, posiblemente de fallidos planes de puesta en valor del entorno, se pueden encontrar aún entre los restos de trincheras, pozos de tirador, búnkeres y viviendas de catenaria para los soldados.
Alguna construcción ha sido cerrada o tímidamente habilitada como refugio ¿montañero? con puerta incluida. Pero la ruina y el abandono de la mayoría son significativos. De algún modo su suerte corre pareja al propio recuerdo y memoria de la guerra. La del olvido. El nivel y la mira.
Son numerosos los recursos y publicaciones que se pueden encontrar en la web sobre los restos y fortificaciones que aún perduran dispersos, con distinta suerte, en la Comunidad de Madrid. El año 2019, la Dirección General de Patrimonio de la Comunidad presentó el Plan Regional de Fortificaciones de la Guerra Civil (1936-1939) de la Comunidad de Madrid, donde se trazan las líneas maestras de lo que deberá ser en un futuro el tratamiento que se les dé a estos restos como integrantes de la historia reciente de nuestra Comunidad. Yo me quedo con otro que publicó en el año 1987 y donde se recogían, integrados en varios itinerarios, numerosos vestigios de la contienda en Madrid: Paisajes de la Guerra. Nueve itinerarios por los frentes de Madrid. Severiano Montero Barrado, Juana Benet, Juan Carlos Medem. Comunidad de Madrid, 1987.