Poco o nada hace suponer, al llegar a las inmediaciones del abrigo rocoso, que estamos ante uno de los Santuarios de época ibérica más importantes de la Península. Nada queda de las construcciones que al pie de la Cueva descrubrieron los primeros estudiosos de la misma a principios del siglo pasado (J. Cabré e I. Calvo), y que documentaron con planos y fotografías en sus Memorias de Excavación. Sólo lo que parece una pozo protegido con una reja. Posiblemente la fuente o manantial a la que estaría asociado el lugar de culto. Y los testimonios – en forma de huecos- de los numerosos expolios que ha ido sufriendo a lo largo del tiempo hasta nuestros días.




El interés que despertó Sierra Morena entre finales del siglo XIX y principios del XX como zona de especial interés por su riqueza minera hizo que la propia Cueva llamase la atención de los Ingenieros de Minas de la época.
Esto supuso que sobre ella planeasen varios proyectos de explotación metalífera que no llegaron a prosperar. Pero esto no la salvaría de la destrucción. Porque la riqueza de su metal no residia en las vetas de mineral reales o imaginarias. Residía en sus «muñecos». No es posible calcular con certeza el número de estatuillas ibéricas en bronce y otros materiales (‘exvotos’), que durante generaciones dejaron los pobladores de los ‘oppida prerromanos cercanos’ a los pies del abrigo y en los alrededores. Desde que se tienen las primeras noticias a finales del siglo XIX se da cuenta de ellas. Muchas fueron a engrosar las colecciones de particulares y de Museos (el Museo Arqueológico Nacional tiene una importante colección). Otras pasaron a formar parte de un lucrativo comercio clandestino que ha perdurado hasta hoy.
Poco o nada queda de la «acrópolis», a los pies de la cual se encontraría el poblado íbero rodeado de la típica muralla «de bloques ciclópeos» que Cabré y Calvo imaginaron haber descubierto en lo alto del Cerro del Castillo y alrededores. Investigaciones posteriores han venido a señalar la existencia de una aldea o poblado de epoca emiral altomedieval, con una torre de vigilancia debido a la importancia que el collado tenía como lugar de paso entre la meseta y al-andalus. Un husun o refugio que vivía del entorno (ganado y explotación forestal) y posiblemente de la refundición del metal proveniente de los «muñecos» -como lo atestiguan las numerosas escorias y restos asociados al trabajo del mismo que han aparecido diseminados en el entorno-.




La existencia de una atalaya de vigilancia vendría confirmada por la inmejorable posición dominante del Cerro sobre el collado. El poblado emiral se ajustaría a la topografía escarpada del terreno mediante terrazas escalonadas semicirculares.
Como reza el panel explicativo que encontramos al lado de la cueva, los iberos situaban sus santuarios en bosques, cuevas y manantiales donde creían que habitaban las divinidades a las que acudían los fieles para rendirles culto. Es un lugar de culto de nuestros antepasados. Ya no quedan los «muñecos» en la Cueva y el Cerro, enclavados en un impresionante entorno natural. Pero si el carácter mágico que desde siempre rodeo el sitio.
El acceso por la carretera es cómodo y la dificultad en hacer los dos recorridos baja. Lo que parece el Centro de Visitantes está cerrado. Pero en la Ventana del Visitante de los espacios naturales de la Junta de Andalucia podemos encontrar un pequeño folleto en formato PDF con todos los datos del recorrido (ver). Carece de página web propia.