Hace tiempo que F. Martel en su libro Cultura Mainstream: cómo nacen los fenómenos de masas vislumbró un futuro que se ha convertido en realidad. Publicado en 2010, centrado en el mundo de los audivisuales y los grandes grupos empresariales que gestionan lo que él llama el entarteinment en el mundo, para Martel el apelativo mainstream hace referencia a lo <<dominante>> o <<gran público>>, y se emplea generalmente para un medio o un programa de televisión o un producto cultural destinado a una gran audiencia […] es lo contrario a la <<contracultura>> […] la expresión <<cultura mainstream>> puede tener una connotación positiva o no elitista, en el sentido de <<cultura para todos>>, o más negativa, en el sentido de <<cultura barata>>, comercial o cultura formateada, uniforme.
Martel relataba con precisión, apoyándose en los cientos de entrevistas que realizó en varios países a responsables activos o no activos del sector, la conversión que se estaba produciendo, poco a poco y de modo generalizado en el mundo de la cultura, centrándose en la producción de la música, del cine y de los espectáculos musicales. Este cambio venía de atrás, representado por la poderosa industria cinematográfica norteamericana de Hollywood. Pero a la reconversión de ésta se había unido otro fenómeno -a caballo de la globalización-, y que era la extensión a otros sectores como la música y los espectáculos relacionados.
Poco a poco, en estos últimos años, todo lo relacionado con el patrimonio artístico, arqueológico, histórico en general se ha ido incorporando a este cambio, con mejor o peor suerte. Cultura para todos -connotación positiva-, comercial y formateada -connotaciones negativas-, de fácil trasmisión por la extensión de las redes sociales, internet y los medios tecnológicos puestos a disposición de los centros y agentes culturales -connotación positiva-, dirigida al gran público, no barata, pero en cierto modo banalizada. Mercado manda. Todo el mundo tiene derecho a hacerse un selfie ante la Gioconda. O recorrer cuatro o cinco capitales europeas en cuatro o cinco días. Porqué no. Cápsulas, píldoras culturales, enlatadas, formateadas, listas para comercializar…. y consumir.
Observo con perplejidad las largas colas que a diario y en hora determinada, se producen en el Museo del Prado cuando pasa a ser de acceso gratuito. Hace no mucho tiempo no se producían, aún siendo gratuito durante todo el día. Sólo con ocasión de Grandes Exposiciones de pintores consagrados. También la imposibilidad de ver a la Gioconda no en soledad -impensable- sino con tranquilidad. Lo mejor es hacerse un selfie y pasar desapercibido, confundirte en la multitud y no llamar la atención mirando el cuadro despacio. La lista de ejemplos puede ser interminable: Pompeya, la Sagrada Familia, el Vaticano, el Taj Mahal, las pirámides egipcias o aztecas o el Coliseo.
Hace poco en el Neues Museum de Berlín me llevé una grata sorpresa. No sólo por la buena salud de la que goza el busto de Nefertiti -restaurada hace poco tiempo- sino por la facilidad de poder admirar la pieza con tranquilidad. Y la posibilidad de una gran número de personas haciéndose un selfie – es prácticamente nula.

El busto se encuentra en el centro de una Sala a la que se accede por tres arcos monumentales. Solo se pueden sacar fotos desde el umbral de dichos arcos. Nunca dentro de la Sala. Nefertiti se puede admirar desde todos los ángulos. Pero la distancia de la línea desde la que se puede sacar la foto a la vitrina donde se encuentra expuesta es lo suficientemente grande para que cualquier intento de sacar una buena foto con un smartphone sea taréa imposible. Mucho menos un selfie. La luz en penumbra -que sirve para realzar la figura y darle cierto aire de misterio- hace el resto. Quizá era por lo que había poca gente.